martes, 14 de octubre de 2008

Una cena imprevista


Abrí la puerta y nuestras miradas se encontraron. Allí estaba él, con un aire distraído, apoyado contra la pared. Le invité a entrar y, vacilante, dio unos pasos hacia el interior de la vivienda. Se acomodó en el sofá, examinando la habitación con cierta incomodidad. Estábamos solos.

Di unos últimos retoques a la estancia, acomodando los cojines, doblando una manta olvidada y llevando algunos utensilios a la cocina. Noté cada giro que sus ojos hicieron desde la televisión hacia mí. Seguía sin conocer la finalidad de esas pequeñas inspecciones y, por el momento, prefería alejar las posibilidades de mi mente. Iba a ser una noche bastante larga y no quería pensar en ello más de lo que debía. Ahora, había una preocupación mayor en mi mente… ¿qué iba a prepararle?...
Tras conversar un rato acerca de la cena, nos pusimos de acuerdo. Cocinaría lo que se había vuelto mi especialidad en las últimas semanas. Había recurrido a ello en las noches en que llegaba demasiado cansada para pensar en hacer algo más elaborado.

Nos trasladamos a la cocina y comencé a reunir los ingredientes necesarios. Mientras, él me observaba sentado en un rincón. Me dedicó una sonrisa burlona en el momento en que pedí su ayuda por vez primera, necesitaba que me alcanzara un recipiente que sólo podría alcanzar por mi misma de subirme a una silla.

La calidez de su sonrisa y el modo en que me trataba me hizo volver unos años atrás en mis recuerdos. Parecía una noche sacada de mis memorias, a excepción de que nunca habíamos vivido una velada así. Nunca antes habíamos tenido esa oportunidad, a pesar de lo mucho que lo habíamos deseado en su momento, y ahora, por una casualidad del destino, allí estábamos.

No tardé en mostrar un poco de mi torpeza, y él no perdió la oportunidad de hacerme rabiar con otra risa burlona. Finalmente tuvo que acercarse a ayudarme. Su cabeza se alzaba muy por encima de la mía, y esta vez fui yo la que pudo bromear sobre la incomodidad de su altura en mi pequeña cocina.

Todo quedo listo y nos sentamos a disfrutar de la comida. Me sorprendí cuando, al llevarse la primera cucharada a la boca, asintió alabando mi capacidad de cocinar. En realidad habría sido más común en él hacer algún chiste sobre el sabor, acompañándolo con algún gesto, con la única intención de hacerme rabiar.

Terminamos acomodados en el sofá, viendo la única película que emitían, a pesar de ser bastante aburrida.

Habíamos pasado muchos momentos juntos, pero ninguno como éste, no de este modo. Me tranquilizaba tenerle cerca, saber que podía confiar en él y que estaría ahí siempre que pudiera necesitarle. Y realmente eso era lo que en parte me inquietaba, saber que de algún modo mi torpeza podía destrozar eso y terminar perdiéndole para siempre. No daría lugar a que eso ocurriera, no podría perdonármelo.

Fue en ese momento cuando me percaté de que al fin había cumplido una promesa. Una de tantas que había hecho…pero una de las más valiosas. De modo que me aferraría a ella para no romperla jamás. Al menos tenía que intentarlo…por él merecía la pena.


...derah...

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